a Carlos Fuentealba, docente, asesinado por la policía
La murga de tu muerte talonea el borde de las constelaciones, danza, impúdica y brutal, en los acantilados descubiertos de tu nuca, en ese cuadrante del cráneo donde habita la espera, la esperanza.
Chirle, como ceniza por dentro descifrada, estalla jadeante, sin amparos, cerril, tu muerte.
Chorrea cápsulas, confisca sueños, cortesana voraz, buscona, comadreja ciega que acecha desde zanjones encubiertos. Vigilante soez, se arrastra bajo lápidas de miedo y vitrales percutidos; mofa, guasa, absurda, miserable.
Toscamente bordada de hollín y mugre, tu muerte. Crecida de metal y farsa, azufre y rabia, tu muerte.
En los frenillos de uniforme renquea tu muerte embozada en océanos de memorándums, órdenes, crucifijos, declaraciones, seccionales, ministerios.
Muerte tuya que restalla invocaciones de apuro, muerte a relámpagos, inabarcable. Muerte sin pancarta ni asamblea, sin balance de actividades ni circular interna, sin reunión, sin propuesta, sin partido ni sindicato Muerte solidaria, la tuya, despojada muerte.
Muerte de tiempo en rodillas. Saldo bastardo del terror, desbocado retazo de las horas marchitas. Piel yacente, atravesada por la penumbra del dolor, piel grávida de ausencias.
Muerte invicta: abruma hasta el hartazgo de las glándulas, segrega sudarios torvos donde se coagulan las convulsiones de la tiza, donde la verdad nunca se borronea en apuntes, donde el silencio dicta y toma examen, donde labios nacidos para el grito (para el beso) acaban sellados con tigres de cal y espanto.
Anda sin compasión el carnaval de tu muerte, sin tímpanos; se arrastra desde atrás, porque la cobardía sólo conserva el lado de atrás.
Decir NO es una maravilla que puede costar la vida.
Sinuosa muerte que agujerea la vida, agujerea con vértigo, volutas de humo feroz brotan debajo de un pizarrón olvidado y coágulos de sangre y agua y sangre ocultan el cuadriculado de los cuadernos.
Antes, no fue posible tu nombre. Par de palabras que la muerte hurgaba.
Aunque garabateabas en los andamios valencias de improbables óxidos y alquimias, el balanceo ácido de las revoluciones, los arcoiris de la memoria transeúnte, no supimos, antes, de esa muerte, tuya.
¿Cómo descifrar pizarrones de cemento y águila, medusas en tiza colorada, tablados para las piruetas y las confesiones rebeldes? ¿Con qué zapatos escabullirse al lacrimal porfiado, al reloj que arroja desafíos de campanas sobre todo el señorío enmohecido?
No supimos hasta ahora de esta muerte tuya. Hasta ahora, cuando es la muerte quien te nombra.
Cuando es tu nombre gritando a la muerte que asoma, por detrás; Pica de alpinista, cuña lacerando tu carne, por detrás; granada de mansalva, escopetazo a desgarrón, por detrás; empellón al tiempo, hendidura a garrotazos, por detrás.
Por detrás avanza tu muerte como un bulto travestido. Amaga, por detrás, el manotazo hipócrita y feroz, untuoso. Por detrás apunta su lacerado gorgoteo sin capilla. Por detrás te invade, por detrás penetra, perfora, por detrás.
El aire huele cárdeno: una hendidura inescrutable, hueco sin fondo para la ternura, noria de sangre, fatiga lágrimas y esgrimas en la palabra ausente.
Nuestros ojos encerrados con pólvora y humo arañan vergüenzas de lógicas y placentas. Emboscada en prisiones de amianto va tu muerte. Otra muerte, tuya, nuestra.
Nunca sabremos qué hacer con cada muerte nuestra.
Alguna lluvia, entumecida, clausurará órbitas y celebraciones con una cruz de acero. Pero la calavera sulfúrica de tu muerte jamás habrá de exhibir crespones negros ni fístulas de indulgencia sobre las solapas.
Luis Menéndez, Avellaneda, 07/04/2007
(publicado en www.8300.com.ar)
«Cómo era Carlos Fuentealba», por Alejandra Dandan – Página 12
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